Jornada de Performance y Video Arte.
(Los textos y fotogramas fueron extraídas del video registro ILURI XXI).
Existe un arte en la calle?, Tiene sentido una dinámica de distribución cultural que sea legitimada y valorada, además de estar involucrada con el trabajo de la institución y la cultura oficial y que se lleve a cabo fuera de los márgenes del museo?.
En los últimos años y constantemente jugando el rol de patito feo de la institución cultural, han surgido una serie de expresiones artísticas que si bien formalmente brillan por no ser capaces de delimitar sus márgenes cognoscitivos, se han incrementado dentro de los bordes de la producción artística local.
Con ella, y a regañadientes de muchos productores/ gestores culturales locales, la institución ha visto la necesidad de abrirse y de adaptarse a las nuevas inquietudes de la producción local del arte.
Dejando en duda si la institución y la adaptación de esta misma (generadora de eventos como la Bienal SIART) es la que ha generado el cambio o se ha adaptado a él; nos queda claro que actualmente, existen organismos tanto del gobierno como también privados que consideran que la cultura puede rebasar los márgenes del lienzo y la bidimensión y emanciparse hacia una lógica cultural “posmoderna”, una visión confrontadora, en la que las posibilidades del arte se extienden hacia los contenidos humanos del mismo y se utilizan todas las estrategias posibles para buscar un contacto con el público, su sensibilidad y sus inquietudes.
Arteria es un acontecimiento que reúne a 6 de los mejores artistas jóvenes del país para llevar sus proyectos a la calle, proyectos que en su mayoría reaccionan con el público o cobran vida gracias a él. Estos en una especie de simbiosis, dialogan con los espacios cotidianos y las vivencias rutinarias en la ciudad de La Paz, y la gente de la ciudad se los encontrará en el paso a manera de casualidad sugestiva.
Participan: Eduardo Rivera (Blue Box), Alejandra Dorado, Alfredo Román, Roberto Unterladstaetter, Galo Coca y José Ballivián.
Curada por: Douglas Rodrigo Rada

Eduardo Rivera (Blue Box), fotogramas
Como la oficialía no pudo conseguir el permiso para que yo duerma frente al Palacio de Gobierno sobre la Plaza Murillo, cambié el lugar. Mi objetivo era llevar paz a una zona llena de violencia, y sutilmente tocar el tema de la “Ley dormida en el País”. Sin embargo, la acción terminó en un encefalograma de los transeúntes de la calle Comercio, una obra mucho más interesante.
El performance en la calle es arte vivo, tiene su propia dinámica, su propia vida y el artista se convierte en médium. No tiene el rigor de un cuadro recto dentro de una galería, o un videoarte controlado en una sala privada.
Por eso, esta acción terminó siendo lo que la ciudad, la calle, el transeúnte común quiso que fuese: un registro. Como la gente sabía que yo estaba dormido, decía lo que realmente querían decir, no podía evitarlo, una prueba de que no fue sólo una experiencia personal. Si lo hubiese sido, los adultos de la tercera edad no se hubieran trasladado a las puertas del Museo de Arte, donde al final reposé con somníferos.
No pude dormir profundamente, pero no estaba despierto. No fingía; estaba drogado sin poder controlar mi cuerpo. Una extraña calma me acompañó todo ese tiempo. Mientras se burlaban o me agredían, yo sólo podía escucharlos desde muy lejos o, mejor dicho, sentirlos.
Hubo grupos distintos de espectadores: los que sabían que esto era una performance y los transeúntes comunes. Los primeros estaban muy preocupados por si me insolaba, o me pasaba de dosis y dejaba de respirar. Me cuidaban, me daban caricias y hasta besos en la mejilla. Quizás querían equilibrar los comentarios hostiles. También estaban los que “te echan tierra” con sus risas tratando de fomentar el ridículo, porque abundan los artistas a los que se les caen los dientes cuando no se los invita a participar en los eventos. Estaban los que entendían la propuesta, como Valeria Paz, que fue a la única que escuche decir las cosas como una profesional.
Pero el público que me interesaba a mí era el de los transeúntes. ¿Por qué? Porque me interesa que la gente común se enfrente a hechos, acciones, objetos, etc., que estimulen su interpretación, que rompan con su cotidianidad plana y simple en la que viven. Que encuentren nuevas formas de interpretar la “realidad”.
Siempre supe que había racismo, pero estaba vez los gritos no eran hacia lo indígena, sino a lo que no lo es: “Este gringo que se vaya a su país a hacer esto”. Una prueba más de que los cholos ( y no lo digo despectivamente, sino como característica de una parte de los bolivianos) creen que todos los bolivianos somos igualitos, y el que no es como ellos es gringo. Me pregunto qué sería de mí si tuviese pelo rubio u ojos azules, si así como soy, chaposo y calvo, se me discriminó. (...)
Recuerdo a un niño que dijo, “yo también quiero dormir aquí”. “¡No! ¡ese es un loco!”, le dijo la madre. Los niños sabían que yo no era malo, ni loco. Sólo estaba durmiendo plácido en la calle.
La simple acción de dormir en la calle sin ser un indigente levantó mucha mierda en la gente, por lo menos en la que pasó ese día por la Calle Comercio.
El encefalograma de reacciones da por ahora este diagnóstico: La Paz está enferma de racismo, envidia y frustración.
Eduardo Rivera (Blue Box)