ARTERIA

Alfredo Román, fotogramas


En la plaza Murillo de la ciudad de La Paz, durante el cambio de guardia del Palacio de Gobierno un grupo de unas 40 personas se acercan y se paran al frente de este edificio, comienzan a aplaudir con energía hasta que por una ventana del tercer piso aparecen 2 personas, una de ellas es el presidente Morales y alguien que pide que ya no aplaudan. Termina la acción.
El aplauso generalmente es la acción que surge como consecuencia de otra precedente, es la reacción de aprobación y reconocimiento. Ahora bien, si ninguna acción previa determinada se dio antes de estos extensos aplausos…¿porque aplaudir? Y porque aplaudir ante este edificio que representa el gobierno de un país que está en medio de procesos conflictivos en los que el rechazo y la aprobación están tan dosificados entre los mismos bolivianos? Acaso podríamos estar ante una provocación que reclama un motivo para este aplauso o simplemente queriendo resaltar el lugar y el edificio como símbolo del poder que irónicamente es obligado a salir y poner atención en este grupo de personas.
Es revertir el orden del proceso acto-reconocimiento y el reconocimiento en política es aun más esquivo y tardío. Esta performance es breve y eficaz, consigue una reacción que no sé si fue la prevista, pero sucedió. Esto hizo que los mismos participantes se llevaran la retribución de haber conseguido algo a cambio, una molestia, una curiosidad, etc. Ya que cada uno de ellos podría ser representante de algún sector de esta población que se expresa ya sea aplaudiendo, gritando, conversando, o simplemente mirando hacia otro lado. A lo mejor aplaudieron porque el artista pensó que al estar en un lugar en el que las protestas son fácilmente acalladas, ésta era la manera más hábil o astuta de provocar.

Alejandra Delgado.